Formada en el Instituto Municipal de Avellaneda con especialidad en cerámica y estudios en diseño en el E.N.E.T. Fernando Fader, Escuela de proyectos, la Fundación Arte x Arte y cantidad de clínicas de obra con artistas, críticos y curadores, Ariela Naftal trabaja non stop desde 1993 exponiendo sus esculturas, objetos, fotografías e instalaciones en museos, galerías de arte y espacios culturales. Apelando a un universo plástico que contempla la integración de simples objetos de la vida cotidiana—vajillas, mesas, manteles, utensilios, entre otros—al campo del arte, combinándolos con cerámicas, fotografías y serigrafías, la artista crea un espacio tan familiar como extraño. Obras que enfatizan la falta de comunicación a pesar de los intentos por sostener las apariencias; trabajos con una fuerte impronta biográfica donde Ariela devela parte de su experiencia de vida pero que bien podría ser el eco de las experiencias de otros. Una obra donde los objetos dejan de ser tales para integrar una instancia superadora, donde marcan territorio y presentan una postal “puertas adentro,” íntima donde reina el silencio obligado y donde los sonidos y las palabras son mudas; y aun así vibran y se hacen oír gracias al arte.
María Carolina Baulo: Me gustaría comenzar planteando algunos rasgos destacables en tu trabajo en general: la alusión al universo intrafamiliar, la integración de objetos y mobiliarios cotidianos al campo del arte, la supremacía de la cerámica como medio/soporte expresivo, el formato de la instalación, la economía cromática y la resolución sintética de la obra, entre otros. ¿Qué dispara la producción de una obra y cómo eliges los medios para expresarte plásticamente
Ariela Naftal: Comienza a producirse una obra cuando, algo de lo no dicho me atraviesa y necesito encontrar algún vestigio que me permita hacerlo visible. Develar el silencio que oculta. Un silencio que es blanco, frío y cerrado. Los medios que utilizo son canales para que ese proceso fluya. La necesidad y la conciencia del espacio, creo que viene del hecho de haber vivido siempre en la ciudad de Buenos Aires donde los lugares para habitar y desarrollarse son pequeños y acotados.
MCB: Huellas del desencuentro (2001), Buen Provecho (2008), Costurón (2011) fueron instalaciones con objetos que, aun distantes en el tiempo, sostienen bases conceptuales que se mantendrán constantes en tu trabajo hasta la actualidad. Contanos sobre estos trabajos, pioneros quizás de lo que se avecinaba años después.
AN: La obra acompaña mi proceso personal. Huellas del desencuentro es una instalación que consta de una mesa con un televisor en acción de zapping y platos de cerámica intervenidos, una obra que refiere a las marcas que deja la falta de comunicación; en Buen Provecho utilizo platos “universales” de bazar, hondos y blancos. Esos platos los fragmento en tiestos y los vuelvo a construir, como un arqueólogo lo hace para conocer más sobre las costumbres de una cultura. Costurón fue una instancia de obra en la que comencé a envolver vajilla con manteles; una manera de conservar la memoria. En todos estos trabajos, la mesa es el espacio donde se dan ciertas batallas y los objetos son los testigos mudos de nuestra existencia, del paso del tiempo y de la fragilidad de la vida.
MCB: Cosas (2013) fue una muestra realizada en el Espacio de Arte Amia donde la instalación se combinaba con la fotografía. No era la primera vez que trabajaste con la fotografía como registro de una performance o una instalación. Quizás esta muestra sea un buen ejemplo para desarrollar otra de las relaciones claves que se establecen en tu trabajo: entre los objetos, la memoria y los silencios.
AN: Determinados objetos son disparadores de pensamientos. En Cosas el disparador fue un calendario de taco que está en la casa de mi padre y marca la fecha del día en que mi madre falleció. Ese día quedó inmortalizado en ese objeto que pasó a ser de gran importancia. Para ese proyecto convoqué a otras personas que me acercaron sus tesoros y me contaron sus historias. Luego, en el taller, fotografiaba esos objetos respetando la escala real. Ese intercambio tuvo la riqueza del relato oral que compartimos.
MCB: Entre los Restos (2018), intervención realizada en las Salitas del Espacio de Arte Fundación OSDE, fue un trabajo site-specific que de alguna forma condensaba en una puesta en escena sintética desde lo visual (una larga mesa con decenas de utensilios y vajilla “forrados” en telas blancas, servilletas, manteles) pero donde se afianza la densidad de una reflexión muy personal en la que vienes insistiendo sistemáticamente. Contanos sobre esta experiencia que destaca el contraste entre el horror vacui presente en el atiborramiento de objetos y su funcionalidad anulada, todo acompañado por el simbolismo del silenciamiento que atraviesa toda tu obra.
AN: Entre los Restos se empezó a gestar cuando, atravesando un duelo, soñé que envolvía una copa con una servilleta de tela blanca. Esa acción tan simple se transformó en un ritual en el que envolvía y cosía cantidad de vajilla de mesa con manteles hasta momificarlos. En el espacio de Fundación OSDE, la larga masa de utensilios momificados, ubicada en el umbral que conecta los dos espacios de la sala, obstruía la posibilidad de circulación por parte de los espectadores. Lo inaccesible remitía al paso del tiempo y a la imposibilidad de tener conciencia plena de nuestra propia memoria. Debajo de esas telas quedaba guardado lo que ya no sería contado, la angustia y las cicatrices de lo que no se dijo nunca.
MCB: Devenir y de ir (2016) y Arqueologías – Materias Mutantes (2017) fueron dos experiencias de trabajo grupales. En ambas tuviste que intervenir con obras site-specific ciertos espacios pero siempre armonizando el discurso propio con un enfoque curatorial colectivo. ¿Cómo te resultaron estas experiencias?
AN: Las dos fueron experiencias de mucho enriquecimiento sobre todo por lo que suma y potencia trabajar con otros. Devenir y de ir fue una gran obra efímera que hicimos el colectivo CRUDA—junto a las artistas visuales Rita Simoni, Silvia Brewda y Rut Rubinson. Intervenimos un edificio que iba a ser demolido y utilizamos el lenguaje de la misma demolición como estrategia visual. Ahí tuve la oportunidad de realizar un pozo “excavación infinita” dentro de la vivienda. Esa vez lo no dicho podía estar ahí abajo, enterrado. De esa experiencia hicimos como registro un libro digital. En Materias Mutantes—junto a Rita Simoni y Maria Emilia Marroquin, en Casa Matienzo—nos propusimos trabajar a partir de la materia y sus transformaciones. Ahí utilice un procedimiento que viene de la arqueológica, el llenado de huellas con yeso. Huellas que encuentro en el desecho industrial que como fantasmas nos rodean.
MCB: ¿Cómo surge tu participación en “Eternity” de Maurizio Cattelan, parte de Art Basel Cities Week Bs. A.s, con la obra Restos del Silencio (2018)?
AN: Esa fue una convocatoria abierta para artistas a hacer una lápida que sería parte de un “Cementerio para vivos.” Me pareció que tenía que ver tanto con mi obra, que me sumé realizando una lápida de mi propia muerte. Restos del silencio la construí con fragmentos de platos y fechas: algunas en las que había muerto y otras en las que pude renacer.
MCB: Autorretrato (2019), en el Centro cultural Haroldo Conti, es tu trabajo más reciente. ¿Encuentras alguna diferencia entre exponer la obra en una galería o bien como en este caso, en un centro cultural que hace hincapié en el permanente homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado argentino? Imagino que el contexto agrega un plus a la obra para tener en cuenta…
AN: Los espacios resignifican la obra y eso lo tengo tan en cuenta que muchas veces determinan el trabajo. Mi infancia—y diría mi obra—está atravesada por lo que fue la dictadura Militar en la Argentina. Una época en la que el eslogan “El silencio es salud” cruzaba a toda una sociedad que no tenía permitido hablar de ciertas cosas y, en mi hogar, los encuentros tenían la marca del silencio. En esta oportunidad y a partir de la convocatoria de Kekena Corvalán, “Para todes, tode,” tomé como ejes: Dictadura, Mujer y Memoria. Rehíce Autorretrato, una foto performance, donde estoy amordazada con un fragmento de loza. La obra tiene que ver con la violencia del afuera y cómo esa violencia husmea y escarba en lo íntimo.