Nacido en Paraná, Entre Ríos, el joven escultor Federico Roldán Vukonich es Licenciado en Artes Visuales por la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires, y complementó su formación con programas, clínicas y talleres junto a diversos artistas del ámbito nacional. Su enfoque en la creación de esculturas e instalaciones otorga a sus obras una presencia dinámica, empoderándolas como organismos vitales en constante diálogo con su entorno y con quienes las experimentan. Entre sus exhibiciones recientes se destacan: “Perspectiva de cura” (2025) y “Renacimiento” (2023), individuales en la Galería Casa Proyecto, Buenos Aires; “A 18 minutos del sol” en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (2023); “Trópico Canguro” en la Galería La Portland, “Paraná” (2023); “La forma y la fuerza” en el Museo Sor Josefa, Santa Fe (2022); “Adentro no hay más que una morada” en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (2021) y “De mis lágrimas brotará un río” (instalación) en la Usina del Arte, Buenos Aires (2017), entre otros espacios. Participó en la residencia KM0 – Kiosko, Bolivia (2025), la Residencia Comunitaria, Lincoln, Buenos Aires (2019), y la Residencia del Museo de la Cárcova, Buenos Aires (2018). En 2024, recibió la beca Hito Cultural, Buenos Aires, y en 2021, la beca del Fondo Metropolitano para las Artes y las Ciencias. Su obra forma parte del acervo del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y del Museo de Bellas Artes de Entre Ríos. Vive y trabaja en Buenos Aires.

María Carolina Baulo: Utilicé el título “continente de experiencias sensibles” porque creo que se ajusta bastante bien a la conceptualización de tu trabajo. Ampliános esta idea.
Federico Roldán Vukonich: La idea de espacio como contenedor de una experiencia determinada es un eje central a la hora de pensar mi trabajo; así fue como llegué a la imagen de la “caja,” tanto como forma como concepto. Concebida como un recipiente de experiencias y un espacio de intercambio en constante transformación, esta idea se expande a mis esculturas e instalaciones, que exploran metafóricamente la relación entre el cuerpo y el entorno. En estos espacios convergen elementos del mundo biológico—plantas, rocas, minerales y hongos—con guiños o referencias a operaciones morfológicas propias de corrientes abstractas de las últimas décadas. Trabajando a partir de una performatividad del material, altero su apariencia original para desafiar la percepción de su forma y generar tensiones entre fragilidad, volumen y peso. Cada objeto, ya sea lleno de piedras, habitado por plantas o vacío, funciona como un recipiente que no solo alberga, sino que también revela un dinamismo latente. Desde esta perspectiva, concibo mis piezas como organismos en expansión, donde incluso las estructuras más rígidas y confinadas contienen una pulsión vital que busca transformarse. Así, a mis esculturas e instalaciones no los considero como objetos estáticos, sino espacios de experiencia que invitan a ser recorridos, habitados y sentidos.
MCB: Repasando tu obra, varían mucho los materiales que utilizás. Contanos cómo los elegís: ¿son en función del relato o el concepto, o son ellos los que a veces marcan el norte de la obra?
FRV: En el caso de las esculturas, el material base con el que trabajo es el papel maché. Es un material dúctil, liviano, económico y sorprendentemente duradero, lo que me permite crear desde piezas pequeñas hasta esculturas de gran escala. Lo manejo desde niño y, con el tiempo, fui modificando sus fórmulas para dotarlo de cualidades que lo alejen de su imaginario tradicional, haciéndolo parecer otra cosa. Este concepto de parecer es clave en mi trabajo ya que, como nombré antes, me interesa la performatividad del material en su capacidad de transformación: cartón que simula hierro, papel que aparenta ser aluminio, resina que imita bronce. En un contexto donde la producción de obra y el acceso a materiales es muy costoso, me interesa explorar alternativas que desafíen la percepción del espectador, generando un juego entre lo que cree que ve y lo que realmente es. En el caso de las instalaciones, los materiales suelen provenir directamente de entornos naturales: ramas, hojas, arena, entre otros. Esto me permite trasladar los elementos al espacio expositivo sin recurrir a la simulación, estableciendo un vínculo directo entre lo orgánico y el contexto en el que se inserta la obra.

MCB: Un excelente ejemplo para ver en la práctica esa “invitación a reflexionar” que proponés al espectador es la muestra e instalación De mis lágrimas brotará un río (2016), presentada en el Festival Ciudad Emergente. ¿Qué podés contarnos de esta suerte de puesta en escena sitio-específica, donde te hacés preguntas de carácter filosófico en relación con la experiencia del observador?
FRV: Este proyecto fue mi primera instalación a gran escala. Consistió en la construcción de un rancho de chapa que albergaba en su interior dos toneladas de arena, formando un suelo en desnivel. Desde lo alto del techo, una pequeña gotera dejaba caer agua de manera constante. Para ingresar, el espectador debía atravesar una abertura baja, cubierta por una cortina, y dentro del espacio, un sistema de sonido reproducía grabaciones de agua tomadas del río, generando una atmósfera que acentuaba la sensación de cruce hacia otro espacio. El revestimiento de maderas negras y la iluminación dirigida exclusivamente al charco de agua creaban un entorno oscuro y atemporal, invitando a contemplar el goteo persistente. Pensé esta obra a partir de una frase de Gaston Bachelard: “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río porque el ser humano (…) ya comparte el destino del agua que fluye; (…) parte de su esencia está en constante destrucción.” A partir de esta idea, imaginé un rancho como los que existen en la ribera del Paraná, pero con un paisaje invertido: la arena y el agua dentro de la estructura, en lugar de rodearla. Así, la pieza establecía una tensión entre la aparente quietud del espacio y la presencia latente de un posible desborde, donde cada gota evocaba la erosión del tiempo y la fragilidad de lo construido.

MCB: En la exhibición “Renacimiento” (2023), mediante un guiño al concepto de “renacer” en sí mismo, lográs aludir a la metáfora de los vínculos humanos. Contanos sobre este trabajo.
FRV: “Renacimiento” fue una exhibición individual en la Galería Casa Proyecto, entre abril y junio de 2023. La pieza principal consistía en dos prismas rasgados de los cuales emergían y se desplegaban flores de girasol plateadas que parecían encontrarse en el espacio, evocando un instante de conexión entre dos seres. A partir de esta escena central, la narrativa se desarrollaba en los dos espacios de la galería a través de gestos que, de forma abstracta, representaban las etapas del crecimiento de una planta. La secuencia comenzaba con el encuentro o polinización (Renacimiento), seguido por la diseminación de semillas, expresada mediante una instalación mural de puntos realizada con los dedos. Continuaba con la ruptura del sustrato (Germen de apertura I y II) y, en la segunda sala, se exploraban el crecimiento (Inconfidencia), la división (Espesuras) y la plantación (Minas). Todas las obras estaban dispuestas bajo una lámpara de sodio, comúnmente utilizada para el cultivo en invernaderos, por su similitud con la luz solar, pero también característica de la iluminación pública en los 2000. A través de la combinación de elementos naturales y operaciones morfológicas simples, concebí esta muestra como una metáfora del desarrollo de los vínculos humanos y las afecciones que surgen tanto en lo físico como en lo simbólico.
MCB: “Trópico Canguro” (2023) es una exhibición donde trabajás teniendo muy en cuenta las materialidades locales y la espacialidad. ¿Podemos profundizar en esa experiencia, especialmente en relación con la obra Chicco das pedras?
FRV: “Trópico Canguro” fue una exhibición en la galería La Portland, en Paraná, Entre Ríos, entre mayo y julio de 2023, junto a la artista Victoria Ruiz Díaz, con curaduría de Santiago Villanueva. Trabajé con especial atención a la materialidad local y a la espacialidad de la sala. Realicé una instalación de piso compuesta por una pintura en blanco y negro hecha bruscamente con las manos, que se fundía con el blanco de las paredes. Este recurso, que he repetido en otras instalaciones, lo pienso como una especie de “organismo vivo” o representación de un espacio transicional, donde las obras pueden establecerse con apariencia inmóvil. Desde ese magma emergían dos esculturas: columnas violetas con efecto tornasolado, rasgadas, de cuyas hendiduras brotaban colonias de hongos. A pesar de su apariencia densa, evocaban una vitalidad latente: una vida que desgarra la rigidez del material. Entre las obras de pared, destaco Chicco das Pedras, creada especialmente para esta muestra. Es un volumen de papel maché teñido con tierra del río Acima (Minas Gerais, Brasil) e incrustado con piedras recolectadas durante un recorrido que trazó un vínculo material y afectivo entre Minas Gerais y Entre Ríos. Era significativo para mí que, siendo la primera vez que mostraba de esa manera en mi ciudad natal, pudiera integrar ese interés por el entorno con el gesto intuitivo de recolectar materiales mientras transito espacios nuevos o familiares. Chicco das Pedras resume ese proceso: un cuerpo liquenizado, transformado por el vestigio de los territorios recorridos. Un cuerpo nutrido por su andar, pero también por la acumulación de experiencias que lo modifican.

MCB: La serie ECDLCR (2023), elegante y sutil, utiliza pintura industrial plateada para transformar una flor de papel maché en una estructura fría y distante, donde su vitalidad natural parece haberse fosilizado. Una vez más, la naturaleza se presenta como vehículo para señalar cuestiones del orden humano. Me gustaría que nos contaras sobre el título de la serie y que profundices en ella a partir de una pieza en particular.
FRV: ECDLCR es la abreviatura de El Club de los Corazones Rotos, un título quizás demasiado cursi como para revelarlo de inmediato. Nombré así esta serie porque está compuesta por un conjunto de flores de girasol plateadas, de tamaño similar al de una persona, que en lugar de inclinarse hacia la luz—como lo haría la planta en su estado natural—se retuercen en una búsqueda vacía. En sus cabezas, en vez de la típica organización regular de semillas, las formas giran hacia el interior en espiral. Cada pieza dentro de la serie tiene una curvatura distinta en el tallo y una dirección particular de “mirada” de la flor, como si cada una expresara un estado emocional diferente. Tomando una como ejemplo, podríamos pensar en aquella cuyo tallo se expande en forma de ondas a lo ancho más que a lo largo, como si su peso fuera demasiado para sostenerse, transmitiendo una sensación de rendición melancólica. Me interesa pensar que, al alterar las cualidades materiales del girasol—escala, color, textura—la flor comienza a habitar un espacio híbrido, más allá de lo vegetal. Se vuelve también animal y mineral, modificando la comprensión de lo orgánico y lo inerte. En lugar de buscar la luz, símbolo de vida y crecimiento, estas flores parecen fijar una mirada sin dirección ni propósito claro. Ese gesto refleja una pregunta sobre la naturaleza del impulso vital, evocando un estado de ensimismamiento que desconecta al cuerpo de su fuente primaria de energía.

MCB: Aunque fue trabajada con anterioridad, la serie Gotas se reunió y exhibió un par de años más tarde. En ella aparece nuevamente la idea de la naturaleza como reflejo del carácter humano, y profundiza en su capacidad de transformación. ¿Podés contarnos un poco más sobre esta serie y el proceso que la atraviesa?
FRV: Produje esta serie entre 2020 y 2021, en un momento en el que mi relación con el entorno de trabajo era particular y directa: mi taller estaba ubicado en el delta de Tigre, rodeado de naturaleza con escasa intervención humana. Durante ese período, trabajaba con materiales recolectados en el lugar, algo que definió en gran medida el carácter matérico y conceptual de estas obras. Cada pieza está conformada por un prisma rectangular de papel maché que alberga inclusiones de plantas secas. La forma del prisma funciona como un contenedor: un cuerpo que encapsula un fragmento de paisaje imaginario, donde emergen gotas o “pupas” cuya posición y disposición varía en cada caso—una colonia suspendida en un paisaje nocturno, un rostro rodeado de espinas, una escena donde las gotas son absorbidas por una presencia externa. Las líneas que recorren la superficie—ramas, raíces, filamentos—evocan una red nerviosa o vegetal, una cartografía que remite a sistemas de energía o de memoria detenidos. Dentro de estos espacios, las gotas operan como metáforas de potencialidades latentes: cápsulas que contienen momentos congelados de transformación o fragilidad, pero que también sugieren una posibilidad de germinación o colapso. Las obras que conforman esta serie fueron reunidas y exhibidas en 2023 en “Campo minado,” una muestra colectiva en la galería Pasaje 17, curada por Evelyn Márquez. Para esa exposición realicé además una instalación de pintura mural que se desplegaba sobre las paredes donde estaban montadas las piezas, generando un entorno inmersivo que expandía visual y sensorialmente el universo contenido en cada prisma.

MCB: Sin título (2024) es una obra que me representa un oxímoron por excelencia; es una contradicción hasta visual que incomoda por la aparente inminencia del colapso. ¿Cómo está trabajada esta pieza?
FRV: Esta serie está compuesta por esculturas que consisten en una pila de bloques de apariencia densa y pesada, que se mantienen en equilibrio gracias a un espiral que actúa como eje de soporte. Este gesto genera un contraste entre la rigidez de las formas y la fluidez del movimiento espiralado. La tensión estructural de las piezas refleja el delicado equilibrio entre aquello que nos sostiene y lo que amenaza con desestabilizarnos, evocando la constante lucha entre la fuerza y la fragilidad inherente a la experiencia humana. A partir de estos trabajos, empecé a profundizar más intensamente en la idea de desequilibrio o colapso.
MCB: Tengo entendido que la obra Preocupaciones y latas integra también esta nueva serie iniciada en 2024, la cual—supongo—está en pleno proceso de experimentación. Contanos de qué va este trabajo, que seguramente estará compuesto por diversas piezas.
FRV: Preocupaciones y latas forma parte de esta nueva serie de obras en desarrollo. En ella exploro la relación entre las formas y los límites de su contenedor, un diálogo constante entre el contenido y aquello que lo encapsula. El foco está puesto en las cualidades de volumen y peso aparente, que no solo ocupan el espacio, sino que lo tensionan, al punto de deformarlo o acercarse al colapso. Un nuevo material que estoy incorporando son latas de conserva vacías y oxidadas. Me gusta pensar que, a través de su oxidación y vacío, estas latas sugieren tanto una memoria residual como una vulnerabilidad persistente. El juego entre lo sólido y lo frágil, lo lleno y lo vacío, establece una metáfora sobre las dinámicas de contención y resistencia que atraviesan tanto los objetos como los cuerpos y los espacios que habitamos. Las formas parecen luchar contra sus propios límites, desbordándose o replegándose, lo que convierte a cada pieza en una especie de escenario donde se dramatiza la relación entre el peso literal y el peso simbólico.

MCB: Tu reciente muestra individual, “Perspectiva de cura,” propone una nueva puesta en escena de tus ultimos trabajos, integrando materiales, gestos y símbolos que parecen dialogar con la idea de sanación. ¿Cómo concebiste esta exhibición y qué querías activar en el espacio expositivo?
FRV: “Perspectiva de cura” en la galería Casa Proyecto, condensa dos años de trabajo e investigación. La muestra cuenta con un texto curatorial de Rubens Takamine. Está compuesta por un conjunto de esculturas de pared con forma de cruz cuadrada. Estas estructuras funcionan como estantes o plataformas que sostienen distintos objetos—latas, billetes, piedras, entre otros—cada uno operando como signo de un estado emocional o físico particular. A lo largo del espacio, se distribuyen bancos de apariencia pétrea que invitan al descanso, permitiendo al visitante sentarse o acostarse. En su superficie presentan orificios que contienen materiales diversos con los que se puede interactuar. Estos bancos, que remiten a la figura del dolmen, proponen una experiencia contemplativa del entorno, enmarcada por una red suspendida de hojas secas que recorre el techo como una membrana vegetal, casi flotante. La instalación se completa con una escultura autónoma: un cartel direccional compuesto por flechas que señalan distintos rumbos, todas perforadas por balazos. Este gesto violento se registra en un video proyectado en la segunda sala, estableciendo un vínculo entre la señalización del camino y su interrupción o sabotaje. Para esta exhibición me interesó pensar la relación entre una idea amplia de enfermedad o patologia, y las posibilidades de cura, entendiendo la sanación del cuerpo—y también de la psiquis—como un proceso ligado al reposo, al detenimiento y a la reconexión con lo primigenio. A través de la metáfora y el simbolismo, utilicé materiales cotidianos y contrastantes para abordar distintas dimensiones de la fragilidad psicofísica, pero también para imaginar otras formas de reparación posibles, más sensibles, difusas y no necesariamente lineales.
MCB: ¿Planes a corto y largo plazo?
FRV: Por lo pronto, estoy invitado a una residencia de dos meses en KIOSKO, residencia y galería de arte contemporáneo en Santa Cruz, Bolivia para el 2026.