La artista plástica Marcela González trabaja las esculturas ejerciendo sobre ellas una mirada académica atravesada por los ecos contemporáneos. Sus conocimientos de las formas, técnicas y materiales hace que, si bien la Antigüedad, el Renacimiento, el Barroco sean una fuente de consulta y referencia permanente, la artista ponga especial atención en el diálogo con las estéticas actuales. Hacedora de obras voluptuosas, desbordantes, se destaca en su trabajo la presencia de la figura humana como protagonista exclusiva, con ciertos toques autorreferenciales. Sin embargo, es detrás de esa primera impresión que vincula al espectador con facturas de antaño, donde se esconde la verdadera búsqueda de Marcela: ahondar en terrenos invisibles, silenciosos, donde la obra se embiste del poder de lo inconsciente el cual emerge fragmentado tanto en contenido como en formas, para cobrar un nuevo sentido en las siluetas, rostros, extremidades, torsos que la artista pone en primer plano con acabados que cuestionan las “buenas formas” y desafían los ideales de belleza enquistados en el tiempo.
María Carolina Baulo: Existe una constante estética en tu obra relacionada con una mirada barroca, plenitud de llenos, pocos vacíos y por sobre todo, una mirada escultórica que aborda cada trabajo “desde el hueso” aun cuando se traten de pinturas. Contanos sobre esta mirada que pasa del plano a las esculturas manejando los mismos códigos.
Marcela González: Sí, es verdad. Esa mirada barroca que tengo es porque más allá de mi fascinación por la forma, me ha atraído siempre la anatomía de los cuerpos en tensión, con expresiones dramáticas, que nunca reposan. Conservo ese espíritu barroco como base, para luego desdoblarlo a partir de gestos expresionistas o sumergirlos en otras disciplinas de arte callejero, por ejemplo, grafitis y stencils, interviniéndolos o vandalizándolos, siento que los acerco al presente. Trabajo textura en la materia que desgarra la piel, como huellas de lucha, pero de sus propias luchas existenciales. Esas marcas que quedan por dentro y se imprimen en el cuerpo, se hacen visibles. Generalmente trabajo desde el plano al volumen en simultáneo, pero en realidad ambos lenguajes forman parte de la misma búsqueda. Es llegar a ver la forma de la emoción, materializar lo abstracto. Como una necesidad incansable de llegar a entender lo que pasa detrás de lo visible, lo que calla en la trastienda de esa belleza aparente. La belleza sin clichés, sin género ni tiempo y sin fin. Creo que esculpo para entender, y entenderme. Para describir las formas y comprenderlas desde su germen. Me enamora y conmueve profundamente la materia, poder entrar en ella y sentir que en el proceso de obra somos lo mismo. Esa oscilación entre el plano y el volumen me lleva del pensamiento a la acción. Luego necesito pintar esa escultura, personificarla, colocarla en otro entorno. No logro partir de un boceto porque trabajo sobre una idea vaga que se va materializando en mí a medida que toma forma; encuentro el hueso, el músculo y la piel. Recién ahí, quizás, logro entender su aspecto simbólico. La imagen me regala las palabras que muchas veces quedan impresas en la obra.
MCB: Los materiales que sueles utilizar tienen todos un importante capital simbólico. Combinas en tus piezas técnicas y materialidades diversos desde los más “consagrados” hasta los más contemporáneos: mármol, resina patinada, yeso, impresiones 3D, relieves en terracota, hierro, campanas de cristal, entre otros. Contanos cómo los eliges, qué te permiten contar unos y no otros en función de los tamaños de las obras y su forma de presentación.
MG: Cada material es un universo fascinante y tiene su propio lenguaje. Realmente lo que más disfruto es el proceso de obra cuando ya tengo entre manos el material y la vaga idea en mi cabeza. En ese momento es pura adrenalina y emoción donde debo manejar bien mi ansiedad. La arcilla es mi material por excelencia porque nada es irreversible. Mi proceso de obra evoluciona conmigo, entonces en esa búsqueda hay cambios de direcciones que este material me permite hacer. Más allá de la sensualidad del contacto del barro en mis manos y su humedad. Su versatilidad, genera esa idea de infinito, de eternidad, porque la arcilla nunca muere, se reinventa en cada obra. Es un material de absoluta entrega. En el barro puedo tocar el hueso desde el principio. Ese es mi punto de partida. Luego viene el volumen, el músculo y la piel. La aparente superficie tiene la expresión del hueso también. En ese devenir del material y el proceso, la imagen “camina,” va mutando constantemente. En ese proceso se transforma mil veces. Confieso que muchas veces me es difícil poner un punto final y determinar que la obra ya está lista, porque evolucionamos a la par. Es muy importante no perder el hilo de la obra que tengo entre manos. Es un gran trabajo de perseverancia y paciencia. Me ha pasado que después de un tiempo mi cabeza y mis ojos no son los mismos, entonces cambia la dirección de esa búsqueda original, como volver a hacer una obra nueva sobre la antigua y la antigua queda encapsulada en ella, cubierta por otra piel, pero de alguna manera forma parte de lo mismo como esa idea del Ser Universal que me atrae tanto. Entonces es ahí cuando elijo trabajar en serie tomando diferentes materiales o escalas a partir de esa misma idea o imagen. Cuando termino el modelado de la obra seguramente ya tengo en mente cuál será el material definitivo, dependiendo del color que necesite. Y te confieso que me cuesta desprenderme del original a la hora de tomar el molde y colar el material definitivo.
Pero ahí viene otra etapa que es fascinante también. Me gusta combinarlos. La resina me permite incluir en ella otros elementos como minerales, sustancias orgánicas, pigmentos, o dejar que su trasparencia atraviese la textura de mi modelado también. Hay obras, sobre todo en la serie “Faunos,” donde buscaba que se vean oxidadas por el tiempo y esa técnica de inclusión en resina logra el propósito muy bien. El polvo de hierro oxida maravillosamente así. También es un material que es relativamente liviano en relación a otros y muy resistente. Trabajar la piedra es pura emoción. Modelar sobre un pedazo de historia de sedimentos cristalizados por el tiempo, donde por si sola es una obra de arte acabada. Es como pintar sobre otro cuadro, por eso en el mármol, me gusta particularmente lo inacabado. Las cápsulas de cristal, vinieron como transparencia para atrapar imágenes y abordar la soledad existencial. Trabajé en esas obras al comienzo de la pandemia porque así transitábamos el aislamiento en soledad ante algo absolutamente incierto. Soy muy curiosa y me gusta investigar materiales. La tecnología 3D permite infinitas posibilidades. Ahí es solo la búsqueda de todas las expresiones posibles a partir de la imagen ya procesada y materializada. También elijo maderas que han sido descartadas, como soportes de obra. Las quemo o las intervengo con aerosol. Me gusta incorporar pintura y escultura, posiblemente subyace ahí mi espíritu barroco de pocos vacíos. En cuanto a los tamaños, la escala donde más cómoda me siento es a partir de la natural. Me atrae trabajar en escalas monumentales donde puedo meterme dentro de la obra en el proceso o sentirme a la par. Creo que una obra de gran tamaño deja al descubierto aquellos detalles profundos. Esos pequeños tramos se convierten en obras abstractas que atrapan la vista. Esas escalas permiten diferentes descripciones y es ahí donde el espectador puede descubrir más y más mediante su contemplación.
MCB: Las series “Silencio” (2011), “Renacida” (2016) o “Faunos” (2017) muestran un amplio manejo de las escalas así como tu enfoque casi exclusivo sobre la figura humana, especialmente la femenina. Y si bien eso se mantiene constante en toda tu obra hasta la actualidad, en estos trabajos la escala llegaba a tener tamaño natural aunque muchas veces con figura fragmentada. Contanos sobre estas experiencias y su evolución.
MG: La anatomía me obsesionó siempre y me atrajo desde muy chica la observación de los cambios que el tiempo ejerce sobre las formas, percibir el proceso vital y el transcurrir de la vida. Creo que las obras siempre son auto referenciales, porque están hechas a partir de mi emoción y búsquedas de respuestas a mis propias preguntas. Por eso generalmente abordo la imagen femenina. Mi pensamiento genera primero la imagen y al darle forma, recién ahí aparece la semántica. De alguna manera la obra es un puente entre la imagen y la palabra que la contiene. Me gusta mucho trabajar la escala natural o ir a grandes escalas. Me atrae que me envuelvan, que me superen en tamaño. Eso me exige constantemente tomar distancia para ver el todo. La primera vez que trabajé en esa escala fue pura felicidad y un trabajo físico enorme. Muy agotador pero hermoso. Muchas veces no es necesaria la descripción completa y aparecen esas imágenes fragmentadas, donde el espectador completa la obra desde su mirada. El ojo completa. Eso me parece maravilloso. Ahí la obra vive en la libertad del espectador. En mi proceso fui encontrando la manera de profundizar la expresión en diversas descripciones o silencios de partes rotas o aplazadas, que permiten ver el interior. Aquello que está detrás, lo que contiene la materia. También busco esas partes oscuras que la obra pide, entonces exagero en profundidades y allí es donde puedo focalizar y decir a partir de la presencia o la ausencia. Muchas veces la ausencia describe mejor. Así como la oscuridad le da valor a la luz. En mi obra se evidencian mis temas recurrentes como la idea del Ser Universal, el tiempo y la mirada, aquella mirada que nos construye.
MCB: Las series “Enlazados” (2020) y “Tres cabezas” (2020) reducen la escala considerablemente. Algunos de los materiales y acercamientos creativos ya están presentes en la serie “Miradas de tiempo no tiempo” (2017–19). Me interesaría nos contaras cómo pensaste esta narrativa en pequeño formato montadas algunas en pedestales de mármol y cápsulas de cristales. Además se presentan con una paleta estridente en clave de grafitis, muy contrastante respecto a series anteriores. Y también aparece aquí la palabra escrita.
MG: En esta serie mis trabajos bajaron su escala. Fue la serie que comienza con la pandemia y ahí coloqué dentro de las cápsulas de cristal una única imagen porque así transitaba la humanidad su existencia, dentro de su propia cápsula, mirándose a sí misma y alejada o despojada de casi todo. Luego me fui alejando de la imagen única o binaria. De manera intuitiva fui creando tensión entre esas cabezas de pequeña escala muy barrocas en su estética. El número tres, como número de oro y el equilibrio perfecto, que para los griegos significaba movimiento y vida. Así los fui enlazando con hilos de alambre, formando armonías y climas. Siempre con la idea del Ser Universal, como parte de lo mismo. Esas cabezas de estética aparentemente barrocas o manieristas enlazadas con hilos de alambre y grafiteadas como un ir y venir en el tiempo y la historia. Surgieron fragmentos de Calderón de la barca en “La vida es sueño” y el diálogo de Segismundo o el mismísimo Borges en “El Aleph” y la descripción tan bella del caos del universo en todos los tiempos o no tiempo. Son esos fragmentos literarios que forman parte de mi memoria desde muy temprana edad, cuando mi abuelo me recitaba aquel monólogo de Segismundo, ahí creo que en mis seis años entendí la metáfora, quedé absorta ante su enorme poder de abstracción, eso me fascinó. El lenguaje metafórico que se traduce en imágenes sin tiempo o de tiempo, sin contemporaneidad. Somos tiempo y estamos despojados de él también, porque no hay manera veraz de describirlo o advertirlo. Esa siempre fue mi búsqueda y mi obsesión. Ir con grafitis sobre los bajorrelieves de figuras clásicas, barrocas o renacentistas es parte de esa huella del tiempo donde cambia solo la expresión de un mismo contenido. Es como Babel antes de la caída y los diferentes lenguajes que parecen separados por años luz, de alguna manera dicen lo mismo y se comprenden. Entonces poner una mano en aerosol sobre una cabeza barroca une esos tiempos o los disuelve instantáneamente. Podemos ser la imagen viviente de las mitologías griegas que son absolutamente actuales porque el ser humano profundamente es el mismo a través de todas las épocas y etnias. Entonces somos tiempo, sí, y eso me maravilla.
MCB: En “Muros” (2020) llevas las cabezas a un bajo relieve contenido en placas de yeso, retornando a la síntesis cromática y dando especial interés a la materialidad pura. Un trabajo sintético en lo formal y expresionista en lo conceptual. Contanos sobre estas últimas piezas que cerraron el 2020.
MG: Aquí el concepto del Ser Universal, como parte del todo, me llevo a reducir la escala. Fui armando placas de yeso para sumergir esas cabezas en una masa oceánica, donde son arrastradas y arremolinadas por la marea. Primero surgieron cuatro muros donde al finalizarlos vi que contaban una historia. Los dos primeros son de una vehemencia desbordante con expresiones de rostros desesperados por salir de la marea que los envuelve. Rostros suplicantes. Luego en el tercer muro de la serie, las aguas comienzan a aquietarse llegando al cuarto y último de la primera serie donde hay paz y armonía, invita a la contemplación y al silencio. Aparece la belleza en esa quietud. Creo que los muros son el continente del ser y ahí es donde todos somos parte de lo mismo. Cada individuo que vive y lucha por su supervivencia forma parte del entramado de la humanidad que se mueve en la marea propia y universal. Más tarde surgió la serie de esos mismos muros vandalizados con aerosoles y con stencils hechos de mis propios pies y manos. Esos pies como huellas ancestrales que siguen caminando y transitando su camino de todos los tiempos. Quizás el mismo camino que han transitado otros seres en otros tiempos, y esas huellas los trae nuevamente y los recupera.
MCB: ¿Cómo pensas tu obra respecto del espacio y su relación con el espectador que la contempla?
MG: Creo que la escultura y su presencia en el espacio generan en mí una sensación de profunda introspección. Siempre me detuve ante las esculturas para poder entenderlas. Me atraían y me llevaban a un estado de contemplación, como si surgiera música de ellas o palabras. La obra dice lo que el espectador necesita ver y creo que eso es lo que conmueve. La obra habla o se ubica en aquel lugar de falta o vacío que tenemos. Respecto a la obra en relación al espacio, imagino las esculturas de gran escala en espacios naturales y que el tiempo haga lo suyo con ellas. Creo también que la mirada del espectador completa la obra o la construye de alguna manera. Así la obra que me contiene, es el espectador también y el espectador es la obra. En el momento que el espectador se espeja en esa imagen se convierte en ella y me convierte a mí—somos lo mismo.